criado a la escalera del silencio,
aquella sin pétalos ni escalones...
arlequín de los mil colores que baila suspendido en un hilo de sonámbulismo y tensión
que se estremece con los fuertes gritos, con los dolores de las ollas y las supuestas calmas,
tribulación tras tribulación comencé a disfrutar del estúpido niño que asustado se atrevío a empuñar cuchillas,
a calmar pasiones, a desenredar nudos, a amontonar corbatas,
lancé miles de veces la cuerda que conducía al agujero para rescatar al perdido, que al final me terminé por perder,
millones de melancolías lloran sobre los pájaros, de tinta cubierta las patas, que cayerón directamente sobre los corazones de las liebres calcinadas por el sol en los pastizales.
A carcajadas rieron las estrellas de ignorancia, mientras seres de otros planetas lloraban a mares de estalactitas granizantes...
sufrían por la humanidad descabellada, reprimida, irreconciliable, ya casi no la recocía,
no perdonarían botar sus pañuelos sin desvestir a la congoja completa,
y allí yacen, en augurios de mejores pantallas, ostentación inferior al arrecife, alejados de la primavera.
Oh yilia, violeta de grandes manos abiertas a la compasión, atraviesa mi carne, toma mi corazón y lánzalo sobre la roca para que explote cual concha sobre la dureza del pérfido egoismo...baja con tus alas tiernas de ninfa...hurga en los restos brillantes de mi cofre, lleno de sándalo y poleo, repleto en mica y oro, de bellos codos lustrosos y fósiles porosos de universos, expande mi contracción al viento y solo lleva ante los ojos la caparazón...
una vez dormidos en la grama viva de la noche, veremos al tiempo endulzar la briza y tentar a la tierra.