¡Tú que has mirado mi poca bondad!
Déjame allí en la penumbra,
debajo de tus huellas,
en medio del aguacero donde no sobrevive
mi palabra;
Mejor, llévame a ese rincón sombrío
de frondosa inmisericordia,
déjame con las manos atadas
y con la cicatriz abierta en mi costado;
Hoy no quiero espacio entre tu dolor
y mi sufrimiento.
Tu que has hilado el candor de mi alegría
como criatura de Dios en su acto universal,
tú que has andado dulcemente
por mis siglos de dolor, haciendo de mi polvo atroz
una espiga de maíz;
Tus ojos que han tocado
el fondo exhausto de mi amargura con la luz
curvada de tu alma individual;
Tú que has traído tu cuerpo a este desierto
para estar en un instante eterno de la vida.
Hoy quiero acostarme con la muerte
y distraer tu sufrimiento,
hoy quiero ir con mi alma en llanto
ante esa barba inmemorial
y arrancarle un golpe de ternura
para tu dolor.
Tu que has aletargado el tiempo con un simple beso
de tus sangrientos labios,
y al encender tu ojos en la ciega noche
arrojado a las sombras de mis penas
allí donde no ha quedado nadie;
Tu que has viajado por la hoguera de mi cuerpo
con tus dulces pies
y moldeado mi libertad con tus viajeras manos;
Todo lo cambiaste tú,
todo lo has cambiado en curvada lid
girando tu cuerpo con inmortal ternura.
Anoche se asomaron un grupo de cuervos,
dulcemente, haciendo sonrojar
a mi amargura.
Y hoy que estas en la vera del señor
¡Siento que debieran sepultarme a mi
debajo de tu llanto!