No mueras, oscura flor, no lluevas
y en el frío de tus ojos comiences a nevar.
No te designes hoy a la tristeza
y le regales tu elegancia,
Ranúnculo de mi querer,
no te simplifiques para agradar.
No ofrezcas, sin embargo,
tu misterio a cualquier inocente,
a cualquier aprendiz de la vida
que ha caminado sin tropezar.
No dudes de mi buen gusto,
no dudes de mi buen saber,
no te burles de mis caricias
como si no las merecieras
y las rechaces por mi bien.
Tus monstruos no me espantan
si conocen a mis monstruos
y los invitan a cenar.
Discuten en voz alta
que no estás hecha, amor,
de malquerencia al ser humano
si cuando me besas te sientes a salvo
y me reconoces como la brecha de tus muros.
Y aunque a veces dudas de yo ser un fantasma,
producto de tus sospechas más profundas
y tus deseos más añorados,
sobre la grama nos miramos,
unimos las frentes y me tocas.
Estás ahí, susurras.
Te aseguro que sí,
latido mío,
y aunque no esté nunca,
soy solo tuyo.