De terciopelo,
sentía las caricias
que me enviabas.
Eran tus dedos,
pinceles y batuta
de aquel adagio.
Tú dirigías
la brisa de un nordeste
desde tu lecho.
Y mientras tanto,
el baile de las olas
daba comienzo.
Baile de tarde,
pequeña romería,
desde la aldea.
Baile de noche,
con valses y miradas
que se fundían.
...Se despertaban
los ángeles inquietos
y sonreían.
Voces, suspiros,
susurros y jadeos.
¡Gran confusión!
Y el terciopelo,
sublime de tus dedos,
era el causante.
Rafael Sánchez Ortega ©
31/08/20