OLIVARES NEVADOS DE MI PUEBLO
Hoy necesitaba sentirme feliz y quise beber del olor a campo,
para serlo contigo que caminabas en busca del oro líquido del fruto negro,
y la sutilidad de la luna en el cielo oscuro.
La nieve vestía la piel umbrosa de la tierra,
cuando un lebrel cobijado bajo las ramas de un mar de olivos
me recordaba que todos los niños de mi pueblo
crecieron al ritmo del susurro de sus ramas,
la soledad desgarrada del aire flotante
sobre un manto de mariposas de colores azules, y el invierno,
ese pasajero que se arremete con premura pausada en la primavera venidera,
un torbellino helado que duele en la huella táctil del campesino
que entrega su aliento a la empedrada,
con un manifiesto de luces abiertas
para el consuelo del olivo vestido de nieve,
ungido por el viento y más tarde por el lienzo de una luz solar
que derrite la nieve sobre los poros naranjas de su alfombra.