Alberto Escobar

La quinta del sordo

 

El cuarto de ser,
no de estar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ayer se coló en un descuido, o te colaste
—no sé si seguir en segunda o tercera—.
Viste un resquicio abierto en la puerta de entrada,
las paredes desnudas del arte que las vestía,
desnudas también del calor de quien las moraba,
ya muerto desde hace casi dos siglos, su olor a pintura
no cesa por más aguarrás que le aplique la decencia,
la decadencia de las modas y los tiempos.
Ayer me colé —¿sigo en primera, segunda o tercera?—
por el quebrado que me ofreció la curiosidad, la historia
de un arte que fue denostado hasta la médula,
que hasta arrancado fue cuando las circunstancias
le concedieron lo que la academia denostó con saña.
Ayer te colaste, y te quedaste quieto mirando el cielo
que mira con nostalgia aquel perro tímido, que apenas
se da a asomarse a un horizonte que le empotra contra
una pared desnuda, infecta de carcoma y levita.
Sí, se coló ayer entre las páginas de una historia del arte
que fue relegada a los últimos anaqueles de la Biblioteca
Nacional, esa que adelantó de piedra a un todopoderoso
Alfonso el Sabio para bienvenir a quien se atreviera
a desafiar el equilibrio de sus silencios y bibliografías.
Ayer sí, ayer mismo fui pintura negra, negra azabache,
como el futuro del arte y sus postrimerías absurdas...