Voy dejando la luz,
el ventisquero, la forma
huidiza de la nieve, su copo
más indecible. En una claridad
inoportuna, manto sobre
una red de silencio, mi mano
siempre se rasga con el mismo
vaso sanguíneo.
En rincones imposibles ya,
por deteriorados paisajes,
dejo muchedumbres, su amargura
carente de valor. Piso idénticas
sendas, lastimo iguales matorrales.
Me olvido de sendos recuerdos,
el tuyo, el mío. Y penetro esa oscuridad
sin rayo, que alcanza mi cuerpo
fértil.
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