No era un fugado
del colosal Vaticano
ni el bien amado
de algún hijo mariano.
No era un aviador
aunque volaba veloz
ni un furtivo tenor
aquel pajarito de Dios.
Cantaba trinos dorados
en escenarios arbóreos,
pentagramas alados,
rimas pintadas con óleos.
Su traje de blanco y de gris
caperucita muy roja y coral,
arpegios en dulzuras de anís.
¡Bello! el montaraz cardenal.