Aún recuerdo con ternura las noches en que tú
invitabas a que el amor
siguiera siempre a nuestro lado, y que rota la melancolía
quedásemos solos los dos.
Un minuto de placer
parecería suficiente para rendir cuentas
con la eternidad. A pesar de que algunas veces
el dolor acudiera.
No obstante, incluso el amor
más dulce acaba arrastrándose por ese vacío
del que nadie se excluye,
mirando con curiosidad todo lo vivido.
Mas la memoria no engaña,
y ni siquiera los años pueden desdecir
aquel deslumbramiento,
la luz de tu cuerpo bajo el puente de París.
Tu recuerdo todavía cálido, se pierde
tras esa soledad que nunca
podrá vencer el amor
de nuestros besos en el río, bajo la luna.
La luz muerta cayendo sobre esa avenida,
St. Mande, de edificios blancos,
aún me seduce, y su imagen desde la ventana
del hotel, con el perfume seco del cuarto.