Es este muro arrollador
incisivo y molesto, en la
vecindad de la nieve, cuerpo
ausente o latigazo
que tiembla en la posesión
de un centro que inaugura
su resplandor, tenue.
Es esta ceniza invariable
golpe de obsidiana sobre la cabeza
elemental, tajo de disuelta sangre
que palpita junto a la mía, hasta
que se calma, caballo estrangulado
a las afueras de la ciudad.
Oh sí, ven y dicta tu esperanza,
monstruo de las avenidas, confusión
de estanterías, de botes con almizcle,
de esencias subterráneas en la
vacilación de las básculas del peso
y de la vendimia.
Y en tus entrañas, encontrarás
inactiva, mi sangre corrupta
y mis células definitivamente apaciguadas-.
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