Demócrito de Abdera se arrancó
los ojos para pensar.
El tiempo ha sido mi Demócrito
y se parece a la eternidad.
J.L.Borges
No dejo de pensar en ti.
—admito que es una frase tópica y típica,
manida en las canciones de amor y pastelerías
de brocha gorda tan pródigas en estos lares—.
Tengo que arrancarme los ojos
como le hizo el tiempo a Borges.
Tengo que arrancarme el corazón
para mirarlo entre sus sangres y vísceras
y decirle: ¡Maldito imbécil, cómo has podido
caer tan bajo!
Sigo pensando en ti después de estos primeros versos.
Cierro la luz de este cuarto que me inunda.
Quiero sentir la franela de tu piel tildándome los conceptos.
Voy notando —la no luz me lo facilita— como sube
por los riñones ese latido, ese momento en pepitoria,
esa comida a medio terminar de ese lunes de agosto.
¡Otro recuerdo me sube!, lo atrapo con la yema del pulgar
y lo traigo a la palma derecha de la mano, lo miro y remiro,
no me dice nada, no suelta prenda, sí, es de ese día
que con tus ojos me abriste la puerta, entré sin llamar.
¡Sí, por fin, ahora parece que no pienso en ti!
Es que la tormenta descarga el negro sobre un paraguas
olvidado en el trastero, pensé que el día reía y resulta
que su risa se tornó llanto de tanto reír.
Te quise, me arranco los ojos para no verte, te amé
como se aman a las gacelas y a los tordos en primavera.
Te quise sabiendo que una flor soporta el roce
una eternidad de quince segundos, después corre
desagüe abajo hasta el próximo cruce entre el quizá
y el lo siento. Lo siento, aquí, ahora mismo lo siento,
dentro, pero me lo saco para que se seque al sol,
a un nuevo sol que nace y muere y se deja las horas
en el reloj de la cocina, sin pilas y sin prisas, enhiesto,
viendo como te sigo haciendo las tortillas de siempre,
sin cebolla y mucho queso parmesano.
Amor, te dejo, voy a descansar de pensarte, solo una hora,
hasta que la cena me lleve al lecho y el lecho a tus besos.