Voy a detener las palabras sobre sí mismas:
Esta vez no quiero ciencias, leyes, razones.
Me basta con que me pidas que te bese o te cercene el rostro,
Llegado el caso, me alcanza
Con acariciarte y que con el peso muerto de mi mano
Caiga sobre nosotros una tormenta de lavandas y espinas.
Giras sobre mí haciéndote tu propio eje,
Soplándote desde una brasa del incendio
En la música feliz que se escucha desde la calle.
He traído mis noches más largas para tus fiestas
Y estos ojos de niño incrédulo en mañana de reyes.
¿Cuánto de acierto tiene este yerro
De creer en tu sonrisa cual zarza ardiente?
Apuro este nuevo amanecer de espuma
Con la certidumbre bucanera de acabarme
Entre tu pecho y el abismo que nos nombra.
En este cataclismo de sangres y memorias
Quizás algo en nosotros se esté consolidando.