Temblándome las excusas de mis dudas, pensando que a mi edad
es ya muy tarde para amar, con los brazos abiertos estoy esperando que entre ellos la pueda estrechar, apartando el pelo de su frente, admirado por ese sorprendente regalo de los cielos, esperando una respuesta inmediata de su boca suicida, queriendo la mía también matar, en el medio de esa alucinación casi idiota, no noto sus manos, junto a las mías, ni tampoco su cuerpo, y mucho menos su estrecha cintura de una bella avispa.
Tal vez todo esto, solo sea parte de mi locura, una visión de mi enajenación mental, en realidad, entre medio de mis brazos
no hay ningún cuerpo, solo un deseo no cumplido, un vacío solitario
y frío, aquí no se ha instalado la dulzura de una mujer sin rostro, para perderme entre sus senos y beber de sus pezones el néctar de posibles amores, llenos de abismos, sueños torcidos, neblinas ácidas y lluvia fina de Primavera
Aquí no está ella, ni ninguna otra mujer a quien abrazar, besar y poder amar, aquí solo estoy yo, y mi única amiga, se llama Soledad
Mi mente imagina imposibles situaciones, ya lo he dicho antes, las dudas no son excusas, lo que sucede por mi Oremus son cosas de la edad, y si me equivoco, entonces soy un demente enamorado de no sé quién, que a si mismo continuamente miente, sin ser muy consciente, de que un amor para toda la vida se muere por el camino mientras llega al altar.
Mael Lorens
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de Autor 18/01/2021