Soy una mujer más que camina la vida
la noche crece, alumbra doquier la soledad,
entonces mis muslos se vuelven mis verdugos
son las piernas del terror, caminan con prisa,
o se inmovilizan próximas al encuentro,
son una grieta falaz entre la felicidad para el que expía
o rescate piadoso del lugar exacto que gesta la alegría.
Temo al traidor de la especie, que dé un vuelco
el entendimiento y en bestia se torne
que con malicia de carne y de tenue apariencia
fragüe el inexplicable abismo en mi interior,
que su boca muestre en fauces el acecho
de tantos pensamientos como siglos
en los que ya su mente me desdibujo.
Ruego a cada paso que la obra incompleta se quede,
que no sea hoy, la hora amarga del salto animal
que pueda si se presenta el caso
ser como desliz de relámpago
y no me alcance jamás la oscuridad.
Ojalá que se pueda que este desértico paisaje
no enciende el peligro ¡Señor te pido!
No estalle bajo el fulgor lunar la amenaza
que no haya barbarie, que la noche, no me logre eclipsar
y si es este el instante, ¡Señor te suplico!
Que mis fuerzas no claudiquen,
que no se alineen mis verdugos,
que mis dientes prensen al tenebroso
antes que su obra concrete, que mi piel anfibia
se debata veloz en las manos de piedra
que mi voz no se ahogue y mi grito resuene
en cada una de las venas del planeta.
¡Señor! si se pudiera: concédeme te lo suplico
que no proliferen más vampiros de inocencias,
que todos ellos se contagian de muerte
o repulsen la voracidad del hombre, te lo pido
que no haya más labios de tras de las ventanas
rogando porque con bien lleguen,
que el mar tempestuoso del horror no las desvele,
que no se repita el temor cada noche.