Hoy decidi que quiero escribir esta carta, y no para persuadirte de nada, o para que te sientas culpable, ni por qué siento y estoy segura que lo último que escucharás de mi.
No sé en qué momento empezó para ti nuestra historia pero para mí comenzó cuando te vi por primera vez, aún cuando en ese momento tenía la certeza de que jamás lograría hablarte o acercarme a ti.
Digo que ahí comenzó por qué tu mirada me produjo paz, y a pesar de no verme reflejada en tus ojos, los míos te grabaron con tanta precisión en mi mente que cada vez que yo cerraba los ojos podía verte y recordarte sentado en la banca de aquel parque mientras mirabas tu móvil y sonreías, probablemente por un mensaje de la persona que tú amabas, esa que creí jamás sería yo, pero que soñaba cada noche con serlo, a tal punto que aún sin creer que existiera o respondiera le rogaba a Dios que me permitiera solo verte una vez más para tener la certeza de que fuiste real y no solo una bella ilusión de mi subconsciente.
De hecho intente dibular tu rostro en medio de mis fantasías, pero fue inútil, por qué no existía tanta perfección en los colores existentes en mi paleta para poder plasmar algo tan único como tú rostro o tan penetrante como tú mirada.
Y te confesare algo, me di cuenta que el tiempo y el miedo fueron siempre mis enemigos.
Por qué el miedo me paralizó ante ti a tal punto que quice detener el reloj y sin embargo cuando logré vencer mis miedos note que el tiempo ya había pasado y ahora el temor fue el remordimiento por los momentos perdidos que nunca fueron por el pavor que me producía pensar en acercarme a ti y que te alejaras.
Te ha hablé poco y yo fui quien me marche, por qué en realidad sentí que ya no tenía sentido, además que el tiempo me llevo a conocer a otra persona, que aún que no eras tú, estába a mi lado.
Y lo irónico fue que cuando yo me fui tu me buscaste...