Tu farsa, mi farsa, cartón piedra...
Huyendo de la morisma me tienes,
oh, valerosa doncella, que mal me traes
por estos cerros de Úbeda, carne de valientes
y hacedora de leyendas.
Blando mi espada para que tu huida
sea pasto del éxito, fuimos amantes
de Teruel en plena Gran Vía.
La veneranda circunstancia que tanto afoga
—según del decir de don José— nos tiene aquí,
sumidos en este marasmo de sentires y placeres.
Cojamos el metro que ahí viene ya danzando,
dejémonos llevar hasta que en las cocheras pare,
escaso de vía, y nos arrumbe al amor y el desenfreno.
El alba apunta por encima de las Torres Kío,
deja que el sol nos salude desde el cerro Pelambre
y nos limpie de rocío y desdenes, el mar espera.
Para quererte tuve que destrozar el teatrillo
que la costumbre me contaba harta de títeres
y habladurías, tuve que destrozarme el oído
hasta repararme de nuevo tímpano y tripas.
Me levanté, y al horrísono decir del titiritero
tuve que oponer mi desvergüenza y descrédito,
de dos manotazos mandé a freir espárragos
a todo el elenco que con descaro me mentía,
y me emponzoñaba de bravatas y memeces.
Ven, súbete a mi caballo que tras de nosotros
vienen con rostros de deseo, de muerte,
de venganza tardía y en plato frío.
Ven, sumérgete en esta ducha que te ofrezco,
de lavanda y espliego, rompe tu vestido...
Nos espera un horizonte sin añil ni rubores
rojos y verdes, y malvas al véspero del quizás.