Voy caminando de la mano de mis recuerdos,
éstos me llevan a un paraje en la infancia:
Tres hermanitos nos dirigíamos a visitar al abuelo
al otro lado del río.
Bajo el ardiente sol, ataviados con sombrero y pañuelos
mamá nos acompañaba,
mientras nuestros pasos sobre la arena
huellas chiquitas dejaban
-por aquí pasaremos al regreso, decíamos-.
Mirando el entorno con árboles propios de la zona (semiárida), llenos de pájaros que llenaban nuestros sorprendidos ojos, la caminata se hacía más corta y el sol menos caliente. Pensando que jugaríamos entre la arboleda, escondiéndonos en los matorrales o meciéndonos en las hamacas de aquella vieja casa que guardaba quizá secretos, o los imaginábamos porque habían cuartos obscuros donde guardaban todos los aperos de la actividad de la ranchería.
Al llegar al ancho río, abundante y hondo corriendo alegre, la vieja canoa (góndola) nos esperaba. Navegábamos algunos minutos, que nos parecían cortos y tratábamos de alargar la distancia para alcanzar la otra orilla, pidiéndole una vuelta más al canoguero (gondolero) para disfrutar del agua sobre nuestras manos. La caminata continuaba y allá a lo lejos en la casa de adobe y tejas enmohecidas nos esperaba el abuelo con la leche y el queso que deliciosamente se producía en aquel agreste suelo. Nuestros oídos retornaban llenos de singulares sonidos de la naturaleza, entre frutales, paisajes y cultivos.
NATURALEZA
EN LOS OJOS DE NIÑO
SIEMBRA VALORES.