Con mente clara
sonrisa sencilla,
en el santuario del niño
pasé día y noche sin chistar
para poder comprar
toda de rosa la canastilla
de seda y armiño.
Era mi alma para una niña,
ya tenía el hombrecito
y sin un escáner expedito
que la certeza acredita
espero la mujercita
que a la vida me encariña.
Cincuenta y seis años después,
en un continuo correr
con sus altas y sus bajas
definida la salida,
la mejor de las alhajas
es ella, la mujer
más importante de mi vida.