Alberto Escobar

Montesinos

 

Así pienso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La vida es intemperie, solo intemperie.
No te engañes.
Salir de una cueva, estar solo, mirar
al cielo esperando una lluvia de oro.
La vida es esa lluvia que te cae por entero
y te baña, te empapa los temores
hasta tenerlos que poner a secar
en la terraza de sol que siempre espera.
La vida no es refugio, es sentir el frío
cuando hace frío, el calor cuando calor,
el viento cuando viento.
Me ofreces una cueva donde refugiarme,
el leño ardiente de tus abrazos, de tu pecho
que me ofrece dulce su leche.
Esta no es vida, la vida no es protegerse
del frío, de la soledad con otra soledad,
del miedo con otro miedo, no.
La vida es absorber ese miedo cuando
te eriza el vello, es convertirlo en actitud
para encarar el frío desierto que te ofrece.
Tu calor no es vida, es protegerse, es miedo.
Yo quiero vivir, sentir y morir por sobredosis
de pura droga, de una pureza que estrague
todas las murallas, todas las patrias y paces.
Si me ofreces ese hogar confortable,
donde no se vea el helecho harto de rocío,
harto de soportar los vientos del norte,
yo buscaré un espacio, me sentaré 
como Rodin a su pensador e imaginaré
todas las aventuras que el hidalgo vivió
sin vivir, solo, en la profundidad de una cueva
ajena a cualquier rescate, por espacio de veinte
minutos que según Cronos fueron dos horas.
Si me ofreces la leche de tus pechos, otra vez,
me la beberé como si fuera elixir de dioses,
malvasía nacida de la Fuente Castalia, pero
después —hecha su digestión— pertrecharé
mi rocín, llamaré a Sancho y me iré a imaginar,
en la deliciosa quimera de mi habitación propia.