La luna es el ojo de buey
del barco de la noche.
—Greguería—
La luna, ahora, está llena.
La luna, ahora, esta mañana
estuvo llena, lo ví al fondo.
Temprano, aurora arrebol,
ocho de la mañana, ventana
de una cocina caliente fogón.
La luna no quiere acostarse
porque está muy llena,
cenó anoche en exceso
y no es bueno acostarse
con el estómago lleno
—pensó ella cuando subía
a sus labios la copa sobre la barra
de Long Rock avenue, calle sesenta
y cuatro—.
La luna no tiene sueño, luce
su traje blanco, su clámide
rozagante de la fiesta de los quince
años, puesta de largo y no quiere,
no quiere dormir y olvidarse
de que ahora esta viviendo, ahora,
la veo al fondo de mi paisaje repleta,
llena de vida y le adivino una sonrisa
—quiero pensar que me la exhibe
con todos sus dientes blancos—.
Ahora —a los sones de fondo de un tema
de cool jazz— imagino a Luna entrando
con sus largas piernas y dejándo caer
su arrogancia sobre la fría tapa del piano,
yo —bajo su intimidación trepidante—
apenas acierto a pulsar alguna que otra tecla
para que exhiba su voz de alondra blanca,
la dejo hacer y me someto a su embrujo,
toco sin rechistar y sonrío, ella canta.
Cierro la ventana, la despido, sigue blanca,
llena, redonda, no se va a su lecho de cirros
y ensueños de arrebol rojizo.
La dejo y me voy con mis asuntos.
Le hago una foto con el móvil y la comparto
por whatsapp.
Le mando un beso y un recuerdo...