Las estrellas y la luna me preguntan por ti,
no sé que decir, solo puedo ver tu
rostro bañado de la neblina mañanera y del relente de las azucenas.
Las noches son más frías sin ti.
Colocado en la misma silla llena de memorias,
las palmeras se mueven como si nos extrañaran,
escucho a los carpinteros golpear el tronco, como tu belleza golpea mi pecho.
Oigo a los agapornis aletear, como si ansiaran nuestro reencuentro.
Tus ojos brillaban y el viento acicalaba
las bellas capas de tu pelo,
tus labios carmesí se te resecaban y nunca deje de remojarlos.
El alba se aproxima, estoy en el lugar de siempre, tengo tu taza de té en mano, vuelve que estoy sentado al costado derecho, con las frisas cálidas para ahuyentar el frío que tanto te disgusta. He estado buscándote en el lado izquierdo de nuestra alcoba, pero no puedo hallarte, deseo en gran medida darle continuidad a nuestra costumbre matutina, ver el amanecer, juntos.
Extraño halar las tibias sábanas para que te levantaras en las gélidas madrugadas.
Extraño que nos abriguemos juntos para salir al cerro.
Extraño los cinco minutos que tardaba nuestro recorrido entre sonrisas y besos, en
medio del sendero yerto, las avecillas chillando y el clima congelado.
Me hacen faltan tus anécdotas, de cuando en cuando parabas para cobijarte en mis
brazos. Sueño con presionar mis labios en tu mejilla.
Ya casi es invierno nuevamente, anhelo que regreses.
Porque me voy a evaporar si el diluvio de tu adoración no pasa por aquí.
Ven y ponle una montura a este paisaje, que no es lo mismo si no estas sentada a mi
lado, las albas siguen llegando y tu silla sigue vacía, ella te espera y yo por igual.
Veamos la magia de nuestro amanecer.
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