Esteban Mario Couceyro

Ocaso

Atardece y en el remanso de un día como tantos

pensando cosas vanas.



En la ciudad, la lluvia se desliza por largas paredes

arrastrando las melancólicas letras

que abandonan los poetas desesperados.


Infinitas letras que se acumulan

caóticas, en los resumideros del alma

junto a la razón del vivir y los por qué, de nosotros

que son preguntas inquietas de lo aparente

dudas del que sabe y no comprende

caminos infinitos que llegan en el último paso

solo al inicio dudoso de nuestra ignorancia.



El espíritu, si así lo llamamos

no es materia universal

es en si mismo un universo, que pugna entre tantos.


Yo al menos, estoy perdido

entre las infinitas posibilidades de esos universos imperturbables y mi absoluta pequeñez.



Donde el movimiento, es el equilibrio de las cosas
y solo el pensamiento, se detiene

como una instantánea de un preciso momento

quizá tan vano y etéreo

como ese instante que se avecina temeroso

de su propia magnitud y locura.


El inconveniente, es cuando no se puede transitar el camino inverso

hacia la cordura, de ese universo convencional

en el que todos coincidimos.

 

Estuve observando mis manos

la derecha es un poco más grande que la otra

claro soy diestro
nada en mí es simétricamente reflejo y eso hace que mi universo personal

sea ciertamente injusto.


Mis piernas, debieran haber sido más desarrolladas

tanto como la cabeza

que autoritariamente acaparó casi todos los recursos

debo confesar, que en realidad son escasos.


Pero, escasos e injustos

son los recursos de esas piernas que no llegaron a ser lo que deberían.


Imaginemos, que en un plan de igualdad suprema

la cabeza, hubiese cedido recursos a las postergadas piernas

quizá hubiese sido un corredor de fondo

que se desliza sin pensar, por los caminos de la vida.


En realidad, no puedo mas que administrar los recursos

tal como me fueron provistos

lástima que mis piernas continuamente se quejan y la cabeza…

está en otra cosa y no le importa esos asuntos.

 

El hombre cree caminar y solo se mueve el suelo

con la magia de ese horizonte que no se acerca


donde los malvados se alegran falsamente

pues su sacrificio los condena de antemano.


Tanto el caminante, como el malvado

se confunden a la misma distancia

del horizonte esquivo.