Imponente te contemplo,
con los ojos incendiados en deseo,
con el ansia de fundirme con tu cuerpo,
con el vicio de saberme tu Asmodeo.
Te examino, y lo hago circunspecto,
y al hacerlo
me abandona hasta el sosiego,
aun sabiendo
que por gusto me condeno.
Me ilusiona contemplar tu pelo negro,
despeinado, algo revuelto,
del despunte de los días somnolientos.
Y las uñas de tus dedos
desteñidas del dolor de mil lamentos
por efecto de la fuerza de tus nervios.
Qué delirio es pensar, como te pienso,
anhelar la caricia de esos pechos
tan turgentes y tan tersos,
de pezón sublime erecto,
que al pensarlos me transportan hasta el cielo.
Me seduce, en lo onírico del sueño,
el rozar tu talle esbelto,
el sentir tu piel que es fuego
al contacto con la mía que es invierno.
Y es tu sexo
esa hoguera que deflagra en el infierno,
la candela que alimenta el impulso de mi miembro
al soñar con el momento
de asediarle por completo.
Y lo observo,
y me fijo que es perfecto,
tan pulido, tan carnoso, sin el velo
de su vello… ¡Porque es bello!
Cuánto afán y cuánto anhelo,
si mi mente hace otro intento
de tomar esas nalgas que me dejan sin resuello,
poderosas, del embate más enérgico
con el ritmo acompasado en un duro movimiento
que me lleva hasta el averno
del placer y del exceso.
Por lamer entre el acero
de tus muslos, que supuran de lo tierno
que es morderlos,
desde abajo hasta el quicio placentero
que segrega ese veneno
delicioso y suculento
del recodo más interno
de tu virgo satisfecho.
Y te digo y no te miento,
que me muero por los celos
si imagino en estos versos
que esos labios que percibo medio abiertos,
entre tímidos y obscenos,
son refugio de los besos
de otra boca, de otra lengua, del aliento
del diablo más perverso,
el maligno al que susurras…: -Asmodeo.