Allá lejos, existirán los ojos que aún no me han mirado, las manos que no saben de mi piel, ni su calor, ni su risa; ni la humedad acústica con la que duermen. Es porque así mis células atraen el sueño, sólo bajo las sábanas previamente sumergidas en lluvia –lluvia de tacto alcohólico y fantástico-.
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Allá lejos, más allá de donde el paralelo llega al punto, se desatan brassières y consejos. Allá lejos.
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Aquí duermen mis penas y mi cuerpo despierta. Aquí mora mi pelo y adorna mi cabeza, caben plumas y lápices en mi tocado, caben flores y llamas en mi blusa. Dos dimensiones, una flecha atraviesa mis espaldas, también tiene el hostil sabor a lágrima (que por si fuera poco me desprecia). Le debo al llanto ya miles de tardes, noches y mañanas. Y mañana quién sabe.
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¿Quién llevará la cuenta?
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De qué me sirve a mí la juventud y la prudencia, si ahora soy tan antigua como los candelabros,
todos ellos roídos y corrompidos
por la monotonía arisca de los años.
Tía Lola me parece más linda
que esa imagen de espectro
que me mira
a través del espejo.
Allá lejos.
20 de julio, 2010