La imagen es sencilla:
Un hombre mira una pantalla de ordenador
como si fuera un espejo roto en papeles,
cada trozo una fotografía intacta
de las situaciones que le ofrendaron vida
o temblor,
algunas de hace unas horas.
Se evidencia que, si tomara cierto rato para ordenarlas,
aparecería una secuencia cronológica
de dolores coincidentes cuya progresión
se ajustaría a una recta y la media ofrecería un porcentaje, etcétera.
Obtenidos los datos,
el hombre aprendería a hacerse daño
bajo sus propios términos,
y usaría una dosis de pesar
cuando la carne estuviera a punto
de ser piedra.