Marcela miró la pequeña rana sin mirar.
De la misma manera que con mirada desenfocada contemplamos la pared o el techo y nos perdemos dentro de algún pensamiento, un recuerdo, un...algo.
Sus ojos trazaron cada línea de costura en el juguete de peluche, el delicado detalle en el cambio de color entre verde y blanco, en los botones color avellana, con los que aunque de cabeza, la rana pareciera estar observandola de reojo. Nada de este detalle resaltó ante ella, solo los inmóviles trazos de objetos y sus colores.
Pero nadie es perfecto.
No había nada en específico que le hablara; su atención, su pensamiento, su razón misma pendían de un hilo. Un delgado hilo aferrado en un extremo a la marea del eterno mar de la locura y el otro al infinito vacío del olvido. A pesar de todo, un suspiro que aún quedaba de aquella Marcela que había sido meses antes, de aquella mujer joven y vibrante que adoraba la vida y sus alocadas sorpresas, ahora daba \'patadas de ahogado\', como un grito lejano, escuchado bajo el agua; un humor alegre y alocado.
¿Qué color sería el hilo?
Púrpura. Siempre me gustó ese color.
Para ser erradicado por la Marcela que hoy se sienta en la cocina de su madre, dónde de niña sentaba y soñaba con él mañana y el asombro del mundo. En la misma silla, del mismo lado de la mesa, y está con el mismo crujido de madera vieja al sentarse.
Que importa.
Una falla de producción en el lugar de donde provenía el juguete era notable. Un leve descuido tal vez de un simple obrero en una planta, esclavo de un rutinario trabajo, donde la vida es cara y el sustento escaso. Un gran bulto en el vientre de la rana le robaba la atención de vuelta cada vez que la desviaba. Un error de material o destiempo había rellenado aquella rana de peluche de tal manera que pareciera estar embarazada.
Que ironía.
La madera oscura de la mesa daba la impresión de que la rana caía de espaldas, que caía en un eterno vacío, que caía del todo hacia la nada.
Al igual que Marcela.
Que injusto.
Penso Marcela.
Que injusto que un defecto en ti cuestione tu valor.
Que injusto que cuando pareciera no haber ninguno, el descarado torbellino del destino se encarga de zangolotear tu vida y encontrarlo.
Llevó su brazo al costado y se apollo en el otro, una pose que antes la relajaba y que hoy, solo la monotonía de la existencia pareciera motorizar sus movimientos.
Inconscientemente colocó los demás juguetes a un costado, testigos de la caída de la rana.
Su madre le había comprado los juguetes de peluche que estaban frente a ella. Todos perfectos y sin detalle alguno. Solo la rana.
Y las palabras de su madre volvían desde aquel día meses atrás y martillaban su cabeza con cada sílaba.
Hija, mira lo que compre. Están hermosos, todos, pero esta es mi favorita. La rana. Mira, está igual que tú.
Igual que yo.
El agotamiento mental de Marcela iba más allá de lo que un ser humano podría soportar. Y su salud mental no sería ilógica o irracional para aquellos que han sobrevivido a la caída del vacío. Al cruel pozo donde lo único que amortiguaba el fondo era la idea de acabar con todo.
Igual que yo.
La compré porque inmediatamente me recordó a tí. Nadie la hubiera comprado por ese defecto, pero para mí fue el juguete más hermoso que encontré.
Esas fueron sus palabras.
La vida tiene la gracia… o la desgracia …dependiendo de qué lado estás parado, de abofetear su lección de tal manera que sacude cada rincón del alma.
Su madre compró un defecto que le recordó la perfección de su hija.
Marcela perdió la perfección dos meses antes de verla nacer y ahora solo le queda admirar el defecto al que su madre la comparo.
Nada es justo.
Nadie es perfecto.
Solo lo somos ante los ojos de aquellos que dicen amarnos.