Con el rostro camuflageado de un buen ciudadano que transita
y los ojos cargados como rifles de asalto listos al acecho
con oscuros pensamientos agitando los adentros
se repliega en la neblina de un buen día y de pronto ahí está:
un vestido de vuelo o ajustado, con zapatos bajos o de tacones elevado,
de trenzas peinado o pelo lacio u ondulado
con sombreros y chalinas, con perfumes de jabón o sin mascarilla
en realidad, no importa que se cubran con pieles y caminen con botas
que sus prendas sean sencillas o sus faldas de cuero sensuales
bajo cualquier condición seguro tiene pechos y vagina
para él que las espía, solo son una más en su estadística.
Las persiguen en los vagones, de esquina a esquina,
entre callejones o en plenas avenidas, sobre todo de noche
y no importa su medio de trasporte para la huida,
pues a nadie despierta si de casualidad aquella, logra un grito
ya sabe de sobra que nadie vendrá en su auxilio
se beneficia con la oscuridad para calmar sus temores,
y no imparta si ese cuerpo tirita de espanto y frío,
si la mano que le cubre la boca o la garganta le oprime
asfixian hasta matarla, o queda inconsciente y denuncia,
¿Quién lo hará responsable si lo buscan y atrapan?
Ya se sabe que el brazo de justicia se disuade fácilmente
y oprime en la censura a aquella que anduvo sola
o por la noche se atrevió a doblar aquella esquina.