Negras y silenciosas son las noches,
frías como las estepas invernales.
Solo se siente el ruido de los coches
y cuerpos juntos ante fríos invernales.
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Ninguno piensa en qué verá el alba,
arrinconados, cuerpo a cuerpo, lloran.
Susurran unos: de esta nadie se salva.
Se oyen los llantos y todos imploran.
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En la caminata uno, encontró un hueso;
¡Vaya tesoro, con este, abriré caminos!
A mi Dios pediré con la fe que profeso;
Decidido voy a vencer el cruel destino.
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Eran esclavos, ofertados a la muerte.
Limitados a su suerte, todos se ayudan.
Ellos sabían que se jugaban la suerte.
Hay peligro y uno con otro se escudan.
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¡Quién no ha parafraseado a la muerte,
no entiende que, a veces, hay suerte!