Zoraya M. Rodríguez

**~Novela Corta - La Ley del Amor - Parte Final~**

Y sube y baja y el demonio ilusorio le continúa hablando, y le decía que ella no era para él, pero, ¿le decía la verdad?, quizás era la realidad, que tal vez, ella no se merecía un hombre así tan cobarde y retraído e incapaz de solventar una relación con ella, con Deisiry. Si en el alma, sólo se abastecía de una mini luz descendente, hacia la nueva cúspide, donde sólo quería llevar a la nueva sensación hacia la mayor brevedad posible de un amor tan real y tan clandestino como el haber sido el amor de Deisiry y ella el amor de Drecks. Y él, camina y camina, doblegando con sinceridad sus deseos y más su vida, la de Drecks, si era él, Drecks, el que quería divorcio o estabilidad matrimonial, pero, si había un hijo de por medio, ¿qué pretendía hacer Drecks?, en cuestión de salvedad y de iras inconsecuentes y de una plataforma inalterada en el suelo por donde más se trataba de caminar y de avanzar, pero, quedaba más que atrapado, débil y con miras hacia un futuro sin ser transparente e idóneo. Cuando en el instante de poder creer en esa relación se fue en picada fuerte y transcurrido el tiempo de la espera eterna se debatía una sorpresa sorpresiva en saber que el delirio era tan autónomo como poder creer en el amor a ciegas, si ya no era dos adolescentes, para ver y observar el amor desde ese punto de vista de que el amor es ciego. Y caminó, otra vez, avenida abajo por la cafetería que, por cierto, estaba cerrada por la nieve que caía tan invernal. Y Drecks, sólo paseaba por el tiempo y por el regreso hacia la nueva existencia sin poder dejar de existir. Y caminó y caminó cerca de su departamento, hasta que se llenó de valentía y quiso en ser como el valiente o como un dios griego o como una ermitaño, o como un erudito, con tanta sapiencia, pero, aún seguía retraído, callado e inconscientemente amargado, cuando en el convite de la sorpresa que le llevaba a su mujer Deisiry, le dió con pasar antes por la floristería, que se hallaba cerca de su departamento, sí, estaba abierta, porque el frío era bueno para las flores. Y todo porque había pasado toda la tarde fuera del departamento, sin su hijo y sin Deisiry, si quedaban todavía en el parque. Y Drecks, sólo sabía de una cosa en cuestión de salvedad y que su vida pasaría a ser una senectud y una vejez, casi incontrolable, y dejando siempre hacer y realizar la vida de su hijo como la ley del amor si el rey del corazón es siempre el amor, se decía la vida misma así. Cuando con el viento se edificó más la incongruente palabra de ancianidad y se dijo que el tiempo, ¡ay, del tiempo!, y que pasa tan veloz como es el mismo viento. Cuando su hijo se enamoraría y que tendría que permanecer solo nuevamente, y dijo y gritó, -“¡no!”-, quedarse, otra vez, solo no era su premeditada situación. Cuando en el suburbio de lo acontecido se debía de lograr la magia trascendental de una verdadera apariencia como la presente ausencia en que se debía de dar entre él, Drecks, Deisiry y su hijo. Cuando el cielo se tornó pesado como el más tempestuoso de las tempestades torrenciales, y más que eso una pluvia derramada dentro del mismo cielo que le cubría a Drecks en su departamento. Cuando, de repente, se hizo un relámpago que dentro del corazón vió la luz nuevamente, cuando se hizo tan real, el haber sido sin numen ni invento fastuoso. Cuando en el delirio se hizo tan frío como tan cálido el desastre de verse nuevamente solo, y no lo podía creer. Cuando en la contienda sólo se vió aferrado y sin saber de la vida, y siendo más retraído que nunca, si sólo se vió mal dispuesto en poder creer que el desierto era magia. Como lo trascendental de un vino delicioso, y una cena en superflúo descendente, cuando la magia se fue de mi lado, cuando en el ámbito especial del momento se dió una trascendental manera y una forma peligrosa de ver el cielo a su favor y no en contra. Si la tempestad va, pues, ir con ella a donde quiera que vaya. Si se moja o se humedece mi cuerpo y mi piel, saber que el destino también como humedece seca y de que el viento existe, como existe el aire para secar la piel, la ropa y más el cuerpo. Desnudando el cuerpo y sabiendo de que el principio tiene final, y que el final puede que vuelva al principio. Desatando más fuerza que la voluntad en cada espera y en cada esperanza dentro del mismo coraje en saber que el alma pintaba a luz y al calor dentro del corazón, si la ley del amor era y es el rey en el corazón es siempre el amor, se decía la vida misma así. Cuando en el pasaje de la vida, se vió aterrado en creer en el sinónimo autónomo de la pura e impoluta verdad. Cuando en el desierto mágico de la verdad se ofreció como el mismo cinismo cuando en el hambre y la sed por los besos de Deisiry él, Drecks lloró. Cuando en el ámbito celestial de los inmortales terrestres de las guerras sin rencores, se convalidaron como presuntos combates de depresiones celestiales. Y era él, Drecks, el que imaginaba y lloraba a ésa mujer a Deisiry, cuando en el torrente cálido se dió una autonomía funesta como saber del todo, una osadía en saber cruzar el camino y el deleite delirante en saber que su amor era ley del amor, y era el rey del corazón es siempre el amor, como se decía la vida misma. Y se fue por rumbo conocido cuando en el altercado se vió aferrado y más aterrado en saber que el delirio era autónomo por lo desconocido cuando en el tiempo y en el momento y en el instinto se debió de creer en el ocaso muerto, cuando en la manera extraña de creer en el mañana, si estaba y pertenecía muy lejos del visor del mañana. Cuando en el recuerdo de la relación se debía a que el silencio fue a gravitación y a la inestabilidad de creer en la mala relación que aún estaba por comenzar sin llegar a tiempo el dolor, si el dolor se sentía muy dentro y él, Drecks lo sabía. Cuando en el delirante desprecio del amor se llenaba más y más, de amor, si era ella, Deisiry, cuando en el parque quedó ella y por siempre en ese banco frío y lleno de álgido invierno. Cuando en el cálido siniestro, de cada cual, se ofreció la manera y más cruel de ver el cielo de tormenta, cuando ella, cruzó la avenida para ir hacia el departamento, a correr como loca y todo porque había dejado un pastel en el horno. En la avenida, sólo se veía como un cruce con luces del destino, rojo, detener el amor en la vida, y como ley del amor, si el rey del corazón siempre es el amor, el amarillo, interminencia significaba cruzar a paso lento en la vida, y el verde ¡adelante!, nunca detener la vida en un mismo instante. Cuando se debe de enfríar el temor, de ser por el error el mal sin jurar curar. Cuando en el siniestro cálido de un montón de mala suerte, si se veía venir abajo con el horno encendido. Si era Deisiry, la que traía lo dulce en comestibles en el horno y con razones claras de un sólo tiempo en que el reloj se comprometía en dar la hora exacta y más el tiempo sin expirar horas ni caducar el deseo en el alma. Cuando el humo encendió lo que crece más y más, cuando en el departamento se llenó de un humo negro y provenía del horno. Cuando al acecho Deisiry pudo más que el propio humo, cuando lo pudo disipar y disolver abriendo las ventanas. Cuando en el ocaso se llenó de buena bondad y misericordia infinita y tan celestial como poder ver el cielo en fría tormenta. Cuando abrió la puerta de entrada se hallaba Drecks con las flores de infinito olor y con un aroma a rosas clandestinas. Cuando ella, Deisiry, se vió y se creyó que el mal incurable del amor se le venía abajo, cuando en el alma, sólo en el alma fría se debió a que el desastre se entregó hasta la luz descendente en saber que el aire se abastecía de miedos, pero, cuando Drecks llegó, sólo vió llegar el amor en camisas de cócteles y de un delirio escalofriante. Se disculpó con él, con Drecks, pues, el humo le salía por los poros, y por demasiada vil irremediable en obtener lo falso, pero, si era lo más cierto, era Drecks, y en la puerta y con rosas perfumadas. Cuando en el desenlace ella recibe a Drecks, y en la puerta en que el primor desenlace se quedó como todo el amor en el mismo coraje del corazón. 

Pasó el tiempo, y más que eso pasó el ocaso y el amanecer y el día y la noche, el sol y la luna, el frío y el calor, el invierno y el verano, cuando en el siniestro cálido se enfrío el mal desastre de una cruel relación en gravitación. Cuando en el ámbito se dió lo que más cometió el tiempo, cuando en el tiempo, se dió lo que más se creció con lo que les pasó, su hijo creció como la raíz feraz, como el potro a caballo y como el polluelo a gallo, y así fue, creció y más y mucho más retraído que los mismos padres, cuando en su eterna juventud sí halló el amor, y lo quisieron y lo amaron. Cuando sus padres tanto Drecks y Deisiry lo celaban con todo el corazón y así ella, pudo saber que el amor de padres es incondicional. Si es ley de vida, enamorarse como es el rey del corazón es siempre el amor, si se decía la vida misma. Si la vida de Drecks cayó mortiferamente en una psicología en psicosis severa y con una alucinación y con una neurastenia tan aguda como poder ir a una psicóloga, cuando se derrumbó toda su vida en un santiamén. Y quedó solo con sus padres el único amor incondicional y que era para toda la vida.  

Los padres de Drecks eran y serán siempre anticuados, de la era de la decencia, y de la época del amor verdadero. Cuando, de repente, se escuchó un beso entre los labios de sus padres, pues, no, no estaban precisamente en la sala de su casa, sino en una charla, o sea, en una conferencia familiar con la psicóloga y en señal del amor que le tenían a su hijo se besaron. La neurastenia y la psicosis de Drecks no se hallaba muy bien de salud mental. Su estado de salud mental, estaba en una vesania e insania demencia de creer que todo jugaba en su contra. Y no, no era así, pues, su esencia y su presencia parecían estar bien o mejor, pero, no crean, el dolor se lleva por dentro. Si Drecks, jugaba con sus juguetes preferidos, desde pequeño y trajo algo a sus vidas y es que sería y era el único hijo de la pareja. Gritaba mucho jugando y se veía un hijo muy activo en su comportamiento físico, pero, llegó un momento de cansancio, de iras insolventes, no obedecía ya, y estaba frío y altanero con sus padres. En vez de obedecer, traía desobediencia. Era como el hijo pródigo y perfecto, pero, llegó el momento del dolor, el crecimiento. Fue un joven retraído, callado, y por demás, y vivía en un total silencio. Cuando fue a viajar por el mundo, se fue a Connecticut, una ciudad de los Estados Unidos, cuando con el frío y por demás, en un parque de diversión, sentado viendo correr al tío vivo, se sentó a su lado, una muchacha llamada Deisiry. Y, así, comenzó Drecks y sus padres con la charla o conferencia con la psicología. Si la ley del amor, y el rey del corazón es siempre el amor, se decía la vida misma y más la psicóloga, le indagó a ellos. 



FIN