Calle estrecha y empinada
cuesta, en otro tiempo deseada
en que circulaban con carga pesada
arrieros en busca de posada
Sus balcones, en miradores se convertían
Y de curiosos se llenaban,
para ver lo que transportaban
y engalanarse para comprar cuanto vendían.
Al fondo, La Catedral pintaba,
en su lienzo magistral y divino
la estampa que brotaba.
Terminada la jornada de mercadería,
las huestes a marchar procedían
para regresar a sus aldeas, con su tendería.
Ahora, a caído en desgracia
la medieval costumbre
pues, lo fresco, ¡no tiene gracia!