Fue la prístina imagen del deseo,
la frívola fontana del amor,
la imperceptible génesis
del incendiario prurito precoz.
Su cuerpo, la alquitara rebosante
que en sus formas destila una pasión
fogosa y lujuriosa,
el germen de lo obsceno y su raigón.
La cepa del pecado original,
fruto ígneo del primigenio ardor,
los temblorosos besos,
el primer nacimiento a la ilusión.
La que en la adolescencia de un verano,
donde los sueños surgen a su albor,
me reveló que nunca
el corazón respeta a la razón.