Que caro me tocó pagar el precio
de aquella linda estatua que adoraba;
que siempre tan altiva, me trataba
con duras ironías de desprecio.
Sería su desdén tan cruel y recio,
que hirió mi corazón que la soñaba;
y lleno de ilusión la veneraba
con ese amor sublime, loco y necio.
Por ella yo bebí terribles hieles
a cambio de un amor hermoso y tierno;
y fueron sus rechazos cual tropeles
de fieros huracanes del invierno;
que lleno de dolor, a mis rondeles,
envié hasta las calderas del infierno.
Autor: Aníbal Rodríguez.