Esta tarde al oírte mi alma fue acribillada
como se acribillan las pupilas de un ciego,
de un ciego que ve por primera vez la luz.
Me has dicho solo una palabra tan breve
y tan común para cualquiera que fue sorpresa
recibirla con tan fría parsimonia a mis oídos,
tan amarga como la hiel que bebiera el redentor.
Tan certera y amigable con la juventud que aún me resta.
Se me ha filtrado por la piel y el corazón ya sintió
la tremenda soledad que le espera.
Se detuvo en mis oídos y se encajo como flecha
el centro de mi memoria fue su tiro al blanco
y ha ocasionado tal estupor que mi cuerpo se congela.
Mis lágrimas quieren granizar y ya no esperan.
¿Qué te digo nuevo amigo? Debo aceptar tu decisión
el cuerpo que fue tuyo te derrama, más no germina la flor.