Lo he buscado,
¡Vive Dios que lo he buscado!
En los mapas y en los libros,
en un viaje sin retorno entre pueblos y condados,
como aquellos que hace tiempo
en la fiebre del dorado,
con la vista en la aventura
se embarcaron hacia el sueño americano.
Y era eso…,
una entelequia, una ficción,
un simple sueño.
Eran calles esculpidas por el humo de un cigarro,
el idílico paisaje dibujado por el ron,
una noche que flotaba entre el alcohol
que servían en los bares de un ghost town imaginario.
¡Testament!, yes baby,
fue ilusión…
Fue el narcótico delirio en el desierto
de un crepúsculo de excesos,
el dislate de un sonámbulo
ofuscado en devaneos
de camino hacia el éxtasis balsámico
de aquel trance, loco
e insensato,
en que en un viejo motel de carretera,
en lugares y momentos inventados,
sobre la tibia piel de una ranchera,
en sus trazos y contornos,
pulidos y engañosos,
tatué la invención de un testamento
tan auténtico, como apócrifo.