La brisa peinaba los naranjos en flor.
Ellos agradecidos difundían en el aire el dulce aroma a azahar.
Las abejas disfrutaban del manjar que les ofrecía la natura.
El sol a lo lejos se despedía de la jornada.
Las aves cesaban sus cantos en la medida que se adentraba la noche.
Tímidas las estrellas se asomaban detrás de las montañas.
Las nubes reflejaban el rojo intenso de la tarde
Se escuchaba a lo lejos el mar con el batir incansable de sus olas, milenaria melodía que envuelve el alma.
Caminaba sereno, mi mirada perdida al horizonte.
En medio de tanta grandeza solo resta contemplar y agradecer.
Piérdese mi pensamiento en los meandros ocultos de mi memoria. En un ángulo desconocido, que podría pasar desapercibido, veo tu figura que se reposa. Sin querer molestar me acerco silencioso y te observo. Tus cabellos ondulados, oscuros como las profundidades marinas, juegan con el atrevido viento. Tu frente amplia y serena de un marfil puro. Tus ojos yacen cerrados, asemejan a dos ninfas en reposo. Tus labios entreabiertos se mueven de vez en cuando, pareciera desgranar una plegaria. Dulce panal, pasión angelical de un ayer lejano. Tu cuello, columna perfecta, delicada y de textura aterciopelada. Observo tus pechos en reposo, montañas sagradas que en antaño alimentaron mi cansado cuerpo, suben y bajan al compás de tu calmado respirar. Tus manos, palomas dormidas, reposan en tu vientre.
Mirarte me produce una paz interior, un sosiego; calma a mi intranquila e inquieta alma.
Beso tu presencia añorada mientras la guardo de nuevo en el baúl de mis más íntimos secretos. Bendita seas madre hoy, mañana y siempre....