Si volvemos de nuevo a las manos
que sea con mucho dolor.
Con ese dolor invencible
de las batallas perdidas,
del garrote vencedor.
Derribemos de una vez
las piedras y los huesos
que se quedaron agazapados
en el centro mismo del abismo.
Echemos abajo para siempre
los sepulcros y las rosas,
la angustia por la memoria
de cada uno de los caídos.
No pediremos perdón.
No lo queremos.
Nunca más compasión.
Ni para vivos.
Ni muertos.