La noche tuvo razón,
en no dejarnos dormir,
nos condenaba al insomnio,
en esa noche sin fin.
En la insaciable lujuria,
fui tuyo y tú para mí.
El morbo cedió su espacio
a nuestros meses de abril.
Tu alcoba como un volcán,
quiso dos almas fundir,
los gemidos se exhalaban,
como aromas de jazmín.
Lo fogoso del encanto,
erizó la piel febril.
Deliraba la ardentía,
alocados de gemir.
Entre las dermis mojadas,
quedó el calor que te di,
y el que me dieran tus brazos,
en esa historia sin fin.