Eres garganta infinita
que bajas desde los andes,
te escurres entre las rocas,
hasta llegar a los mares.
Florecen las amapolas
disfrazando sus riberas,
el caudal se hace más grande
pincelando en acuarelas.
Ambarino el manantial
sotos de verduzco ambiente,
mil arroyos de cristales
que irrigan al monstruo verde.
Cuando anochece es de plata,
cuando amanece no duerme,
cuando atardece sonroja
esta gigante serpiente.
Moja la piel de esperanza
llena el anzuelo de peces,
las “toninas” aprovechan
el entremés de la fuente.
Atraca por el estero,
descansa sobre su mesa
se curte los pies de barro,
para seguir con la fiesta,
hace sonar los tambores
cuando choca con las piedras,
es el sonido estruendoso,
que chapotean sus piernas.
Sigue su ruta indomable,
pasa por “El Magdalena”
visitando al “Orinoco”,
continúa con su juerga,
“Matogroso” lo recibe
dándole la bienvenida,
lo sumerge en el calor
de una manera efusiva.
Los afluentes en alianza,
le dan un espaldarazo
para aumentar su raudal,
no lo detiene remanso
ni mucho menos un dique,
nada le trunca su paso.
Arrastrando en cada orilla,
lo valioso del sustento
se lava los pies con sal,
mezclando sus condimentos.
Receta junto a la playa,
cerquita del Mar Caribe,
el menú del “restaurant”,
lo adereza el arrecife.
El Atlántico y La Sierra,
unidos en matrimonio
juraron amor eterno,
y aún perdura el jolgorio.
Preparan para el banquete:
el mar saltea mariscos,
las cimas traen el postre,
con azúcar de los picos,
almibarando la arena,
hacen un rico “mojito”.
La serpiente desemboca,
dentro del lecho marino
alborotando la costa,
de un paraíso infinito.