Alberto Escobar

Lucía Martínez

 

Enséñame hasta donde alcanza tu pasión...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sobre el tablao de Pepeíllo vuela.
Sobre una concha de madera se yergue,
altiva, con su azabache rizado poblando
sus hombros, terremoto en su pelvis...
Sobre el tablao de Pepeíllo sueña,
los ojos durmiendo la secuencia
de unos compases que de bulería suenan
—no está cansada, por eso con brío taconea,
no está cansada aunque recién la mancebía
dejara con sus mantones de plata—.
Yo, de embeleso sentado en la silla,
el patio temblando ante la teluria de sus manos,
su cara se arruga a los gestos del quejío,
mira con el fuego que magma sale de su nido.
Tierra negra y roja se rompe de fuerza
ante el sismo de su zapateo, seguiriya suena.
Ella sigue deshojándose a cada compás,
lo da todo aunque se haya dado en la mancebía
toda su esencia femenina, todo el saber de su flujo.
Yo la miro, mis ojos negros solo su dirección saben.
Ella parece sonreír solo para mí, parece que la siento,
me levanto ante el quite y le tiro una flor de deseo.
Ella la coge con la pinza de sus dedos, la huele profundo,
me la lanza entrando con alfiler en el ojal enchaquetado.
Termina la función y yo deseando su camerino
enlosado de margarita y centeno, todo patas abajo.
Me ve venir desde el espejo, orlado de bombillas led.
Se gira, se levanta y despeja de potingues la mesa matadero.
Se sienta y cual flor se abre primavera de entrelagos.
La beso en ambos labios, se derrite y recojo su esencia
en el vaso, que a su lado posa una flor roja, marchita, antaño.
Me la llevé al río, la función se ha acabado, sabiendo
que la mozuela que fue en otoño ya no es este verano...