Romey

Azul

Azul se desveló bastante temprano: Seonésime no se había elevado todavía por encima de la Montaña Primera... Se asomó a un ventanal y advirtió un cielo nebuloso que se extendía sobre Cueva Seca, región ya de por sí gris, descolorida... La Cordiyera Central presentaba un aspecto temible, salvaje esa mañana, rodeando toda la zona donde estaba situada su ciudad natal; cual agujas las cumbres picudas, azabaches y oscuras pinchaban las nubes rojizas... y caía algo de yuvia... 

Rápidamente recordó lo sucedido el día anterior, cuando la normal monotonía de su vida se rompió, inesperadamente para eya, que no pudo evitar desesperarse hasta la exhasperación al ver el cadáver de quien fuera su odiado esposo, su maltratador, el verdugo de su felicidad, si es que ésta era posible en semejante triste lugar... El malhechor se hayaba ahora bajo tierra, donde ya a nadie dañaba, quizás... Inmediatamente a su mente vino un nombre: Yosem. Qué haría una mujer tan beya merodeando en su jardín? Lo cierto es que cubría su cuerpo con una extraña túnica morada... y su mirada estaba empañada de lágrimas...

Yosem dormía en tal instante en el cuarto para huéspedes, y su respiración se notaba agitada, como si estuviese siendo asediada por un sin fin de terribles pesadiyas... Pero Azul no quiso despertarla...

Un momento despues sonaron golpes en la puerta: alguien yamaba, y esto la hizo sentir violenta... Aprisa pensó un plan: tal vez escapar; demasiado arriesgado... Acabó decidiéndose por aparentar normalidad, y fué a abrir, no sin antes esforzarse en encontrar en sí la calma necesaria para afrontar aqueya presencia, fuera quien fuera... 

Resultó ser un vecino, un chico joven y de buenos rasgos yamado Ólfar, que acudía pidiendo ayuda, pues su madre se había desplomado inconsciente otra vez, como hace dos días, y Azul era la única persona de la comunidad capaz de despertarla... No dudó un segundo y fué con él hasta su casa, donde nada más entrar vió a aqueya vieja mujer tirada en el suelo como un despojo... Le susurró al oído una canción que había aprendido de niña, y poco a poco fue abriendo los ojos... Lo próximo que hizo fué alzar la voz en un grito estentóreo, y según le dijo Ólfar ese gesto significaba que ya estaba recuperada; le dió las gracias, y le ofreció que se quedará a almorzar, pero Azul se negó: tenía demasiadas cosas en la cabeza, y su corazón latía con nerviosa fuerza.

Cuando regresó a su casa hayó a Yosem yorando encogida en una esquina... Se sentó junto a eya; le habló en voz baja... pero no obtuvo respuesta... Yosem balbuceaba repetidamente palabras y expresiones que Azul no entendía, pero parecía no haberse dado cuenta de su presencia a su lado... Obviamente no le pasó un brazo sobre los hombros, ni la abrazó: en su tierra todo tipo de contacto físico que no fuese absolutamente necesario no solo era mal visto, además estaba considerado un crímen, y el precio a pagar por tal solía ser muy caro en la mayoría de los casos.

Azul, casi sin ni pensarlo, comenzó a tararear una melodía, que creía estar inventando. Inmediatamente Yosem la miró sorprendida por entre las lágrimas que le caían a raudales de sus preciosos ojos de colores camaleónicos, pero siempre lucientes, aún estando oscurecidos por la tremenda tristeza que invadía desde profundo su sensible alma... Solo dijo una cosa: Soma. Azul no entendía nada, estaba completamente desconcertada, pero seguía musitando aquel ritmo, y de pronto comenzó a cantar en un lenguaje para eya desconocido. Yosem recuperó parte del briyo natural de su semblante al escucharla. Sin decir nada puso sus manos sobre las de Azul, y ambas entraron en un trance que no duró ni un minuto, pero durante tan corto espacio de tiempo fueron testigas del colapso de una gigantesca fortaleza. La voz de Yosem susurró solo un nombre: Itemineia... y su alma volvió a colmarse de tristeza...

Luego Yosem se levantó del suelo, salió al patio y siguió recto caminando hacia el este. Como imantada Azul la precedió mientras descendían por un sendero estrecho entre dos líneas de árboles muy altos y de foyaje oscuro. Como dos sombras transeúntes transcurrían sin hablar de nada, tal vez siguiendo una ruta marcada por algún alineamiento estelar. Al verlas pasar la gente se reía, y algunos conocían a Azul desde niña, pero eya no quiso ni mirarlos: desde siempre los había odiado... 

A su mente venían un torrente de preguntas: a dónde irá? Quién es? Estoy haciendo bien siguiendo sus pasos?.. Pero la verdad es que se sentía emocionada como nunca antes... La beyeza de Yosem la tenía como hipnotizada, y simplemente la seguía sin pensar en nada que no fuera eya. Nunca había visto una mujer tan hermosa; sus dorados cabeyos, sus rosados labios, su piel lechosa, sus ojos de color indefinible... Podría decirse que por primera vez se sentía libre; era como si Yosem hubiera venido a salvarla de las aburridas rutinas de su vida diaria.

La seguía, la seguía, la seguía sin más, sin importarle siquiera adonde fuera a parar, pues qué lugar peor que su desdichada casa? La sola idea de pasar otra noche en la misma cama le parecía detestable.

Yegaron al paso entre montañas. No había nadie por ayá. Estaban las dos solas, y ahora Yosem se había parado; estaba absorta mirando el cielo, y quizás oyendo el canto de los pájaros, cuyo lenguaje parecía no estar lejano a su comprensión. Bajo la vista al suelo, y se dirigió a uno de los lados del camino, ahí se sitúo trás una gran piedra e hizo una señal con la mano a Azul para que hiciese igual. Azul le hizo caso, y pronto comprendió tal reacción por parte de Yosem. 

Oyeron el trote de mucho cabayos juntos acercándose. La tensión había espesado el aire y las aves habían dejado de cantar... Un rugido estruendoroso las asustó... Yosem se había abrazado a Azul, aunque ésta trató de evitarlo, pero finalmente cedió en sus intentos. Cuando el ruído fué menguando ambas se asomaron y vieron un séquito de soldados montados custodiando a un dragón de gran envergadura, el cual estaba preso en una jaula de duro metal... 

Ahora era Azul la que yoraba, pues aqueyos soldados parecían tener la intención de destruir su ciudad con la ayuda de aqueya bestia feroz... Yosem comprendió al instante los presagios de la joven... De bajo su túnica extrajo una extraña piedra azul sumamente luminosa, a la que susurró unas palabras que Azul no logró comprender... Un relámpago azul anegó de pronto todo el espacio... Cuando aqueya intensa luminosidad se desvaneció por completo Azul advirtió que el séquito de soldados montados y el dragón enjaulado habían desaparecido en un efímero parpadeo...