El cosmos brindó la promesa
de proteger a los navíos,
bendijo dicha empresa
infundiendo nuevos bríos.
Elevó su dádiva el omnipotente
y cubrió con fuerza a los humanos
trazando inmenso puente
con la pureza de sus manos.
Navegaron siempre altivos,
venciendo entre las sombras,
no importando los motivos
que enfrentaban sus escoltas.
Las edades con su esencia,
vibraban al compás de su titán,
y los tronos ofrecían obediencia
ante el fuego eterno del umbral.
El rezo atronaba en las alturas,
destellando inmenso con sus crines,
anunciaba las palabras puras,
motivando el tris de los festines.
Se abrían el arco y el sendero,
al vaivén del nuevo año,
y esparcía vida de su seno
la fuente viva ya sin daño.
Así llegaban estas naves,
bajo el signo del amor,
se entendían nuevas claves
al sonar de su clamor.
Ya sin odio ni conjura
sonaba el ala de la Tierra
y el coro de la albura
sin el garfio de la guerra.
Refulgía de paz la estela
sin la sumisión de la doctrina.
Y sin el manto de la niebla
la luz eterna rebullía.
Y mirad ahí, hermanos,
al cristiano y al budista,
al judío y al musulmán,
en cuyo pecho ahora vibra
la infinita fuerza de la paz.