Alberto Escobar

Palabra, no poema.

 

La Poesía es el hallazgo perfecto,
es la búsqueda incesante
de un equilibrio imposible.

—José María Micó—.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mi deuda —que cada mañana saldo
en el desayuno de tostada y cacao—
no es con la Poesía, es con la palabra.
Una pequeña y antigua gama de tomos verdes
poblaban el bajo estante del mueble
que ahora ocupan mis libros de mesilla de noche.
Esos tomos fueron las primeras colecciones
de palabras que sintieron el correr de mis yemas
por los rugosos bordes de sus lomos, siguiendo
las enseñanzas del ejemplo de mi difunto padre.
Esos tomos completaron las curiosidades
semánticas de mis primeros libros, allá
por los albores de la adolescencia.
Ahora —esos tomos solo vivientes en la desmemoria—
acuden a mi consciencia para pasarme la factura
sin fondos de mi idolatría, cuyo caer es el del agua
que no cesa de erosionar la montaña que se desvanece.
—Mientras doy tinta a estas palabras recibo los ecos
de una misa de Arvo Part, me tiembla así el medioevo—.
Como decía, mi deuda no es con la Poesía, ya que no soy poeta.
Si lo fuera escribiría el sonido de los colores traducido
a la fonética de una partitura, pero no puedo...
Si fuera poeta me pasaría el cepillo de cerdas
cada vez que se me eriza el bello ante el espectáculo
de un mosquito, que se posa sin que le delaten sus alas.
No me alcanza la sensibilidad, mi juego consiste en la palabra.
Colecciono palabras y trato de que se lleven bien, juntas,
solo eso...
Esos tomos verdes... fueron el nacedero de mis primeras palabras,
con las que erguí mis cimientos, los cimientos de esta savia
que ahora vuelco, y que me escuece, y por ello suelto.
Elevo un recuerdo a mi primer maestro novelario,
el primer libro del que tiene mención mi recuerdo:
El Camino del gran Delibes, allá por los eneros de mi bachillería.