Todavía deambulas por algún que otro recuerdo que pronto perecerá en el limbo de mi pensamiento.
Siempre fuiste escurridizo, como aquel maldito sudor gélido que me hace temblar cuando intento caer en los brazos de Morfeo.
El infierno se heló aquella noche de invierno, mi corazón entró en estado catatónico, el canto de esa sirena se volvió armónico y regresé a la cueva.