Dos letras bastan
para tejer la alegría
en mi pecho
como un heraldo
de oro en su sangre,
para acariciar la gloria
entre mis labios
con un aliento
de amor inviolable.
Dos letras bastan
para no temer
a los predios del silencio,
ni al hospicio oscuro de la muerte
donde habita el olvido
como un ángel triste sin memoria.
Dos letras bastan
para no decir jamás
que es imposible
sentir el mar en otra boca,
el cielo en otros ojos,
a Dios en otras manos.
Dos letras bastan
para suprimir
cualquier abismo,
para detener el tiempo
en una delicada
gota de rocío,
para impregnar de luz
los huecos negros
de mis lágrimas.
Dos letras bastan
para abrirle las puertas
de mi templo
al sol novicio de la aurora,
para llorar de paz en una calle
sediento de flores y caricias.
Dos letras que son
monosílabo inmortal,
vestales de de la fonética,
liturgia sagrada de mi voz,
adagio del paraíso,
boda de dos sonrisas
sobre un beso infinito.
Dos letras que se alzan de mi boca
como el crisol de un pájaro
que con alas de Mesías
sobrevuela los erales del tiempo
y las ciudades de mi vida
hasta, por fin, posarse
en el ser a quien designan
como la luz de un ángel
que anunciara el mayor de los milagros:
TU.