Ángeles socavados,
de las tierras ignorantes
de mi infancia, omitid
el bello resplandor que organizó
vuestra materia, como vergel incipiente
y nefasto, de un país de cola de
caballo. Oh sí, colinas abrasadas,
montañas recipientes, en cuyo útero materno,
la fría heterogeneidad de la vida
se hizo magma supremo, ángel de trigo
decapitado. Y escupid vuestra
áurea e informe cabellera desde el abrazo,
tan tierno, de las ortigas y los secretos
húmedos y petrificados-.
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