marta CARMEEN

EL BACERITO

EL BRACERITO
Érase una noche de invierno; en ella una pareja habitaba
un rancho frío por el que se colaba el viento pampero,
haciendo parpadear el candil que los alumbraba. Don Cirilo
y la Nemesia, su mujer, ya no tenían nada que decirse.
Hacía añares que vivían juntos, y los hijos habían dejado el
rancho buscando otros horizontes donde anidar. La
ancianidad se les iba acercando despacio como para que
tuvieran todo el tiempo de sentirle los pasos. Se encontraban
uno frente al otro, simplemente porque el bracerito
estaba entre ellos.
Sus miradas clavadas en los carbones incandescente, que
de vez en cuando chisporroteaban, buscaban mirar realidades
muy lejanas. El diálogo ya parecía inútil. Se había
desdoblado en dos monólogos interiores en el cual cada
uno mascaba sus propios recuerdos.
_ ¡Velay con mi triste suerte! ; Se decía Cirilo _ Haber
renunciado a tantas cosas por atarme a la Nemesia. Yo era
tropero libre, los caminos eran mi querencia, anidaba
cobijado por diferentes cielos y pagos. Pero un día me
embretaron los ojos de esta mujer, y me dejé pialar de
parao nomás…
También la Nemesia tenía sus recuerdos para rumiar. Ella
había sido la flor del pago. Cuántas veces los troperos al
pasar habían detenido adrede sus fletes delante del
rancho, con cualquier excusa, por el simple deseo de
recibir de sus manos el mate cordial y prometedor.
Recordaba patente aquella tarde en que él, mozo guapo,
había pedido permiso para desensillar en cualquier parte
del patio.
Después, el beso robado, el campo y las estrellas. Hoy no
estaba segura de haberse equivocado. Pero sentía pena,
por qué no le había podido llenar los sueños a Cirilo.
El día consumió todas sus fuerzas y la vida reposó en el
silencio, dejando paso a un sin fin de sensaciones. Finalmente
vencidos por la noche, cuando un segundo es un
tiempo ilimitado, se entregaron a un sueño profundo y
misterioso, estimulado por el humo del bracerito.

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