Me enseñaste;
A no repintar mis huellas.
Porque, puedo romper el papel,
Y dañar mi historia.
Me enseñaste;
A no abrazar excesivamente, los recuerdos,
Porque, puedo dejar brazos extendidos, mañana.
Me enseñaste;
A creer, que hablas, abajo en la tierra.
Y que pruebas a tus hijos, con piedras encendidas.
Me enseñaste;
Alejar la tristeza, como vuelan las aves.
Y llamar a la alegría, como llamas, a tu mascota.
Ayúdame, porque se me desangra el corazón.
Sin el estrépito que me arrulla…
Tu consejero rayo.
Me reconfortas, con tu soplo divino.
Eres tan poderoso. Que cuando murmullas… truena.
Me guías con tu sabia mano.
Esa mano dulce, que sin mayor esfuerzo…
Contiene todo el vasto universo.
Esa dulce mano que fijaste a la mía…
Y ahora hace parte de mí.