Cuento:
“El paseo por el Cosmos del abuelo y del nieto”.
(Por insistente encargo de mis churumbeles)
Qué gran dicha para el abuelo poder compartir con su nieto, el más preguntón y el más inquieto.
Sus padres en urgentes trámites por un par de días que debían realizar en otra ciudad, dejaron al chaval bajo el
cuidado de tan estimado y querido viejo.
Y una vez que la pareja de esposos se marchó en el auto, sin un trayecto ni recorrido planificado se fueron a caminar
por el campo de frondosos árboles, de nogales y de abetos.
Ernesto que era muy inquieto a cada momento preguntaba al abuelo cualquier detalle que le causaba desconcierto:
A lo que respondía de inmediato el muy solícito sexagenario, sin pausa ni receso:
Y ripostaba el chico con ocurrentes contrapunteos.
La risa del abuelo a cada ocurrencia del niño se dejaba oír estentórea y entre los árboles retumbaba como eco.
Y a cada pregunta que hacia Ernesto al abuelo Pedro, era ocasión para filosofar por constituirse en interrogantes que
le colocaban en verdaderos aprietos.
Una que mucho le impactó se refería a los reflejos.
Duró el paseo por el bosque, por la campiña, por los prados, por el campo a cielo abierto casi hasta que les fue oscureciendo.
Pensaba meditabundo el abuelo: La inocencia de los niños no tiene desperdicio, incluso en sus sueños.
Una vez retornados al hogar y casi a la hora de acostarse, le dice el pequeño nieto a su abuelo cuando este le narraba un cuento.
¿que si pueden hacerme un gran favor?
Y colorín, colorado, este cuento está tomado de algo parecido que les narré a mis nietos empijamados.