Detrás de su mirada tan serena
estaba la mortífera anaconda;
que supo aprisionar mi vida toda
con esa su figura tan perfecta.
Sus labios eran pétalos de adelfa
que mata las sublimes mariposas;
con miel tan hechicera y tentadora
que logra envenenar con sutileza.
Igual que un inocente gorrioncillo
llegué con mi trinar a sus estambres;
que fueron las cadenas que me ataron.
¡Y el sueño tan hermoso y cervantino
que un día yo bordé con azahares,
quedó con su perfume envenenado!
Autor: Aníbal Rodríguez.