La benevolente amistad me presentó la soledad.
Pero la muy solitaria, nunca me dio la cara.
Caminando por quimeras, pobladoras de alegrías.
Encontré tangibles urbes.
Infinitas moradas de viento.
Murallones sin moradas, Moradas sin piso.
Donde el blando techo, era un trozo de cielo.
Ya a las tres. Sucede el horror...
Los segundos prestados,
Se desvanecen en mis manos.
No perdonan, ni una sola migaja.
Solo queda, el recuerdo de su sabor.
Mi lengua está tan seca.
Como el pavimento gris, de las doce.